Origen de la Caligrafía Unitrazo
“Hace alrededor de cuarenta años, me diagnosticaron diabetes. Afortunadamente, me he mantenido saludable durante varias décadas. El único aspecto que se ha visto afectado fue la vista, puesto que, debido a la diabetes, mis ojos se han calcificado y no existe posibilidad de sanarlos.
Tiempo atrás, dado que no podía leer, se me ocurrió escribir, porque con frecuencia lectores, amigos y organizaciones me piden que les firme libros. Como no puedo ver, debo calcular mentalmente la distancia entre palabra y palabra, finalizando la escritura en un único trazo, puesto que, si levanto la lapicera antes de terminar, no sé en donde volver a apoyarla para continuar. Sin importar la longitud de la frase a escribir, debo completarla en un solo trazo. De ahí el nombre de “caligrafía de un trazo”.
Hablando de la escritura, hace más de noventa años nací en una familia pobre, en Jiangsu, China, por lo que jamás he recibido una educación formal. Si bien me hice monje de pequeño y crecí en un monasterio, en esa época el país estaba en guerra con Japón y apenas había alimento en el templo, ni hablar de lápiz o papel.
Unos setenta años atrás, cuando vivía en el monasterio Leiyin de Yilan, Taiwán , decidí reformar el templo, pero me quede sin presupuesto luego de volver a levantar la estructura edilicia. Cada año, durante la ceremonia de “Siete días del Buda Amitabha”, como sentía que el monasterio sin pintura era un poco precario, compraba papeles afiches económicos; escribía algunas frases alentadoras sobre la recitación del nombre de Buda en ellos y los pegaba en la pared a modo de decoración. Incluso a mi mismo me daba vergüenza mirarlos. Así, durante veintiséis años, escribí cientos de afiches cada año.
Mas tarde, en la década de 1980, cuando vivía en el monasterio Pumen de Taipei, durante una ceremonia de arrepentimiento del Emperador Liang, observé que los creyentes habían preparado tinta, pincel y papel en una mesa, por lo que tome un pincel y escribí unas palabras. De inmediato, un creyente se acercó y me entrego sigilosamente un sobre rojo. Lo abrí y vi que me habia dado cien mil dólares taiwaneses (aprox. US$3000). “Se debe haber confundido” – pensé yo – y lo busque entre la gente para devolverle el dinero. Como no quiso aceptarlo de ninguna manera, tome una de las frases que acababa de escribir y se la obsequié, a modo de, en cierto sentido, no recibir dinero sin dar nada a cambio.
El creyente que recibió mi escritura, enseguida mostró el obsequio a todo el mundo, aproximadamente unas 400 personas, quienes, aprovechando la instancia, dijeron de inmediato que también deseaban contribuir a cambio de una pieza de escritura. Por lo general, los creyentes tienen pocas oportunidades de interactuar en forma directa conmigo.
A fin de no decepcionarlos, en dos días logré recaudar una importante suma de dinero. Como desde pequeño viví en un monasterio y nunca tuve el hábito de manejar dinero, no sabia bien que hacer con una suma tan grande. Justo en esa época en Los Angeles, Estados Unidos, estaban realizando una colecta para fundar la universidad Hsilai, así que entregué el dinero a la venerable encargada del proyecto.
Fué la primera vez que sentí poder contribuir a través de la escritura, más allá de que fuera bonita o no mi caligrafía. A partir de entonces, en numerosos eventos organizados por la BLIA y otras organizaciones, siempre me han pedido que aportar un par de piezas de escritura. A decir verdad, no siento que mi caligrafía sea especial, pero como uno no puede quedarse atrás cuando se trata de obrar el bien, sigo haciendo mi mejor esfuerzo a pedido del público.
En esta vida, considero que tengo tres defectos que no he podido superar: el primero, no he podido dejar de lado el acento de mi pueblo natal Jiangsu, ni he podido aprender otros idiomas como el inglés o el japonés; el segundo, no se cantar melodiosamente, por lo que no he podido destacarme en el canto budista; el tercero, no sé escribir, que perjudica mi autoestima.
Recuerdo que en abril de 2005, mis discípulos organizaron una muestra de caligrafía en el Museo Nacional de Arte de Malasia, sin informarme del asunto hasta el día de la inauguración. Cuando me pidieron que viajara para estar en la ceremonia de apertura, no lograba salir de mi asombro: ¿Cómo es posible que mostraran mi caligrafía en un museo nacional? ¿No sería acaso un bochorno? Sin embargo, no podia decepcionar el esfuerzo de mis discípulos, por lo que acepté con alegría. Más adelante, comencé a decirle a las personas: “No miren mi caligrafía, miren mi corazón; tengo algo de compasión en mi corazón para mostrarles”.
A partir de allí, las muestras de caligrafía se sucedieron una tras otra: en las universidades Berkeley y Hsilai de Estados Unidos, los museos de arte de Hunan, Chongqing Sanxia, Nanjing, y Yangzhou de China, la biblioteca nacional y universidad de Hong Kong, Australia y Nueva Zelanda, entre otros. La exposición en la universidad Hsilai fue la mas increíble de todas: pensar que hace treinta años nació a raiz de unas frases que escribí y obsequié, y hoy en dia se ha convertido la primera universidad fundada por taiwaneses que ha obtenido el reconocimiento de la Asociacion de Universidades del Oeste (WASC) de los Estados Unidos.
En cuanto a las muestras en China, en un principio mi propósito era promover la paz en ambos lados del Estrecho a través de mi escritura. Tras 4 años, la caligrafía de un trazo ha visitado lugares tan diversos como Malasia, Singapur, Filipinas, Japón, Austria, Dinamarca, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Hong Kong, así como diferentes regiones de Taiwan. Cada vez que visito las exposiciones es como si fuera todo un sueño.
La realidad es que aún no puedo creer que la gente aprecie mi caligrafía. Si debo rescatar algún valor de ella, es que en estos años como monje budista, siempre ha sido mi deseo que las personas lleven a sus hogares un poco de las enseñanzas budistas y el gozo del Dharma a través de mis piezas. Esa es mi más sincera plegaria”.

